Hna Ada Buthet, una vida hecha oblación al Padre

Ecco le nostre neo-juniores!
15 Agosto 2020
XXV anniversario di sr. Dehab Ghebregzabiher
2 Settembre 2020
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Hna Ada nació en Bell Ville, Córdoba (RA) el 27 de julio de 1933. Entró en el Instituto en el año 1954. Primera Profesión: 17 de septiembre de 1957. Votos Perpetuos: 17 de septiembre de 1962
Vivió su Pascua el 29 de agosto de 2020.
La hermana Ada, Adita, como la llamábamos cariñosamente, nació en la localidad de Bell Ville, provincia de Córdoba en Argentina. Fue única hija del matrimonio de Luis María Buthet de profesión bioquímico y de Felisa López de profesión maestra.
No conocemos muchos datos de su infancia, sí sabemos que terminada la escuela primaria, sus padres la llevan a estudiar al Colegio Nuestra Señora de los Ángeles de Rosario de las Hermanas Capuchinas. Allí permaneció cinco años como alumna interna y se recibió de Maestra Normal Nacional.
Fue en la escuela donde profundizando la fe en Dios, aprendida en su familia , siente el llamado de Jesús a seguirlo en la vida religiosa, en el seno la familia Capuchina de la Madre Rubatto, cuyo carisma lo conoció por el testimonio vivo de las hermanas presentes en el colegio.
Terminada la etapa de formación inicial realizada en Montevideo, su primer destino es el Colegio “Divino Salvador” del Tala (Uruguay). Se desempeñó como maestra durante unos años, ejerciendo, una especial atracción en los niños, quienes las rodeaban continuamente colgándose de su hábito.
Luego trabajó como maestra y más tarde como Directora en el Colegio “Sagrado Corazón de Jesús” en Las Rosas (RA). Terminado el horario escolar, recorría las calles del pueblo junto a otras hermanas con la finalidad de abrir un oratorio festivo pero con los niños que no frecuentaban la escuela. El Oratorio funcionaba todos los sábados por la tarde y concurrían una buena cantidad de niños
Es este lugar y durante este tiempo, cuando se despierta en ella una enfermedad psíquica que la acompañará durante toda su vida, haciendo de ella, “una ofrenda de agradable a Dios”.
Pasada la crisis aguda y estabilizada con una adecuada medicación, sus padres ancianos piden su presencia, ya que era única hija. Con un permiso de ausencia que duró 20 años, ella pudo cuidar y acompañar a sus padres hasta el final de sus vidas. Primero fallece su papá y después de muchos años su mamá.
Durante este largo período mantuvo el contacto con las superioras provinciales y no faltaron las visitas a su casa, también de algunas otras, hermanas.
Al morir su mamá, Adita tiene una fuerte crisis que pone en evidencia el avance de su enfermedad psíquica. Es entonces, en el año 1992, que se la traslada a una clínica de la ciudad de Córdoba, donde fue atendida por algunos meses, pasando luego a vivir en la casa Provincial ubicada en dicha ciudad.
Los casi 10 años que vivió en la sede Provincial fueron serenos y pudo disfrutar antes que nada de la Eucaristía diaria, de largos momentos que sentada en la capilla miraba a Jesús y se dejaba mirar por El. Amaba profundamente a la Virgen María y todos los días rezando el Rosario encomendaba a toda la comunidad y a las personas que sabía que estaban en necesidad. Adita era mansa, dulce, y sus ojos color cielo expresaban en su mirada lo que no lograba decir con palabras.
Su continúa actitud de servicio sea en la cocina, en la puerta, en la visita a algunas familias del barrio, la delicada atención a los pobres hacían de ella una presencia especial. Estaba controlada por sus médicos y contenida por una fraternidad, que también era casa de formación. La presencia de jóvenes postulantes y novicias con su alegría, entusiasmo y creatividad contribuyeron para que este tiempo fuera muy sereno y la ayudase a convivir con una enfermedad, que, sin dudas era pesada y dolorosa. Su sola mirada nos hablaba del dolor que la habitaba, pero siempre acogido en el silencio sereno.
Cuando se cerró la sede Provincial en Córdoba, (año 2001) la hermana Ada fue traslada a Betania, la casa para las hermanas enfermas y ancianas en Villa Gobernador Gálvez (RA).
Por un período, su vida se desarrolla de la misma manera que en la casa de Córdoba, pero con el tiempo su enfermedad fue tomando otras manifestaciones que deterioraron mucho su salud. Poca a poco dejó de caminar, luego no podía casi hablar, le costaba comer. Sus crisis fueron en aumento y se la veía sufrir calladita, abrazando la Voluntad de Dios y la única palabra que repetía con frecuencia era: GRACIAS!
Algunas veces, cuando había fiesta con los niños en el colegio, el personal de la enfermería la llevaban al patio y es entonces donde se repetía el gesto lo de los primeros años de su vida de religiosa: los niños la rodeaban, la acariciaban, y les encantaba estar un ratito a su lado. Adita los miraba, se dejaba amar por ellos y solamente sonreía.
Y así día a día su vida se iba consumiendo, “escondida con Cristo en Dios” y “como el grano de tierra que cae en la tierra y silenciosamente mure para dar fruto”.
La pandemia del COVID19 fue el último eslabón que coronó su vida de oblación pura y agradable al Padre, como ofrenda de la tarde, e identificada con la muerte de Jesús vive su “tercer día”… Nos dejó sin hacer ruido… sólo pudimos abrazarla con el cariño y la oración a la distancia.
De Adita aprendemos el infinito valor redentor del sufrimiento, cuando es ofrecido en el silencio, en una entrega sin ruidos, sin aplausos, sin reconocimientos, simplemente siendo, como Jesús, porque la única palabra que pronuncio con su cuerpo sufriente y su corazón enamorado fueron: FIAT Y MAGNIFICAT.
Queridísima Adita nos sentimos privilegiadas de haberte tenido como hermana y ahora sos el ángel que nos cuida en nuestro caminar para que “seamos todas de Dios”. Que sepamos honrar y agradecer tu vida y no perdamos el maravilloso legado que nos dejaste.
¡Hasta el cielo… ojos de cielo!!!

Hna. Gladis Benítez
Superiora Regional

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